viernes, 21 de mayo de 2010

Dispersión mal direccionada

Son las 11:30 y estoy trasnochada porque mis ansias de dispersión son muchas y no están direccionadas. Tengo una lista de obras de teatro por ver y una falta de dinero preocupante. Tanta falta de dinero que no soy autosuficiente. La dispersión mal direccionada me trasnocha en una sobredosis de computadora. Eso hace que duela la parte de atrás de los ojos. Pero trasnochada y todo no puedo escabullirme de mis obligaciones y, mate mediante, me calzó los auriculares y escucho y transcribo. Es una tarea sumamente ingrata, larga y tediosa. Dos minutos de audio son diez de tipi tipi. Mientras me preguntó como haré para que esto que me cuentan se convierta en idea. Estoy seriamente preocupada. Vacilo entre dos posiciones, está todo dicho y acá no hay nada para analiza más allá de un par de anécdotas de los tugurios. Pero no hay vuelta atrás. Deberá ser tesis o no será nada.

viernes, 14 de mayo de 2010

Desafío

Te juro puedo ser imperceptible,
casi silenciosa,
puedo mimetizarme con tu aliento y que no me saborees
puedo lograr que no me sueñes y casi no despertarte.
No dictaré ni un pensamiento
ni me escurriré de tus palabras
seré liviana
impalpable
tan simulada que esperarás buscarme
rastrearme, volverme verdad.

No da

Hay cosas que no dan.
No da que haya malos entendidos y que, entonces, todos discutamos feo y, luego, algunos se ofendan y no saber que decir para restablecer la relación.
No da que amigas te griten y vos creas que, simplemente, tienen mucho desequilibrio y les pidas, reiteradamente, disculpas para calmarlas pero, en realidad, sólo querés callarlas.
No da que haya situaciones donde no sabés como actuar y sostengas un precario equilibrio, con costos muy altos, con tal de que no se desate un conflicto, que igualmente está latente.
Simplemente porque crees que viniste al mundo para llevarte bien con todos y eso es algo insostenible.
Odio las encrucijadas sobre cómo actuar, poniendo en juego criterios morales; odio los malos entendidos y tener que argumentar rápido; odio competir para ver quién es más inteligente y odio, aún más, estar todo el tiempo pensando estrategias como si estuviésemos por salir al campo de batalla.
No da que no sepa que hacer con la gente que quiere mucho porque me une una amistad larga y profunda pero que no me gusta como actúa.
Pero, sobre todo, no da que me importe tanto lo que piensen los demás.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Resolución

A las 15:34 mi ejercicio, que llevaba adelante con la frente alta y una sonrisa falsa de oreja a oreja, fracasó al decir: "no lo puedo creer, recién las 15:34, demasiado para mi".
Sonriente mi compañera me dijo: te estás quejando. Maldición.
Volveremos a intentarlo en otra oportunidad.

lunes, 10 de mayo de 2010

El ejercicio

El ejercicio dura 24 horas y es el siguiente:
No tener ni una sola conversación quejándome de algo.
Creo que si logro pasar la jornada laboral sin queja, triunfo. La jornada laboral es el hábitat natural del desarrollo de la queja y del todo me viene mal. Será porque somos tan pocos creativos que es el único punto en común que se nos ocurre con nuestros compañeros o será la única -patética- formula para distenderse, dado el hecho de que si me dan a elegir no estaría en esa oficina municipal (ni en ninguna otra).
Igualmente me tengo fe.


domingo, 9 de mayo de 2010

Sólo me importa

Sólo me importa: mirar revistas de decoración y habitar con la mirada casas hermosas que jamás pisaré pero que son material primo para mi imaginación. Porque fantaseo con casas, desde que soy chica, aunque sólo tuve tres, habité miles. A algunas les soy fiel. Quiero también una casa en la nieve. El lugar es el comienzo de algo.
Sólo me importa: comprar ropa usada. Colores estridentes, telas increíbles, combinaciones inasibles. La ropa usada también es el comienzo de algo.
Sólo me importa: entrometerme en dos o tres novelas y aumentar mi staff de amigos imaginarios.

Autobiografía mentirosa

Todo empezó en Chile. Yo tenía una maraña de pelo colorado sobre mi cabeza y pensaba, constantemente: verano en Caballito, fiestas en La Sala, había muchos jipis que no les gustaba bañarse, había una cara de león caída en el piso, me la regalaron, yo vestía de negro y me hacía pis. Mientras pensaba hubo un choque de autos: Crash! Como consecuencia del accidente aprendía a hablar Deutsh. Todos los que fui conociendo me decían: como la canción!! Otros me gritaban: Sos una genia!, también en deutsh. Por esa época, sólo me importaba divertirme. Ahí los conocí a Vero y a Lean. Nos mudamos a una casa con tres pinos y una pileta redonda. Lean tocaba el violín y yo me compré un pony. Después nos mudamos a un departamento verde. J .R . vivía abajo. A veces me decía “Es que sin vos no soy nada (como la canción)” y otras veces me decía Maquita, Mac, Maquintosh, Maquis, Maquius, Mackeins, o Macarrón.
Tiempo después me llevó un policía por mal cogida, cagadora y frígida. El policía olía a frutilla. Me convertí en escritora, mi primer libro se tituló “¿Usas anteojos?”. Murió Pedro, me lo encontré y le dije “fuiste muy zarpado. No daba” pero él era pez y comía tomate.
Las anginas duelen, me las curaba John Malcovich y yo quería ser él. Pero siempre me contestaba: sobámela con ricota. Fue un punto de inflexión y de inspiración. Publiqué mi segundo libro titulado: “Usas anteojos de pez vaginal, sobámela con ricota”. No fue un éxito comercial y comencé a vender encendedores. Pensaba siempre en lo que me molesta, peruano. Solía usar unos zapatos verdes, made in china. Estos me provocaron un esguince, auch. Tuvo efectos colaterales, mis ojos se pusieron verdes y mi pie azul. Por suerte, llego un pibito entre rodillas (nunca vienen mal) con una familia verde, el padre se cree Batman. Con Batman nos fuimos al norte -el pie estaba mejor- de ahí a Ecuador, derechito hasta el trópico de cáncer que tenía forma de cangrejo. Jugamos mucho futbol 11. Salimos campeones y nos terminamos amando en Valizas en luna llena.
Luego volví a Caballito, fui al Liceo 12. Fue un tiempo duro, estaba siempre sola bajo un pino rojo y después no sé, la duda. Pero llegó mi hermano San, fumaba porro, me dió un ramo de flores rojas y artificiales que hacían chan-chan-chan Vinieron Jorge y Patricia, los progenitores. También la gata gris Manoletas diciendo: “Dale gas”. Y todo terminó cuando me desperté y era Felipe.