sábado, 30 de agosto de 2008

El vestido amarillo, la playa y lo deseable

Casi todo es fantaseable para mí, lo sorpresivo está en el encuentro entre aquello que imaginé y algo que pasa de este lado. Lo intenso está en la capacidad de búsqueda de esas fantasías; búsquedas que son desde la inconciencia. Entonces me acuerdo que unas vacaciones que pase en la playa, antes de salir imaginé que me ponía mi vestido amarillo y estaba muy quemada por el sol, se me veían las pecas, los ojos eran muy claros. Me sentía hermosa y en ese sentirlo lo era. Así hermosa y con el vestido caminaba por la playa ofreciendo una revistita muy linda que habíamos llenado de escritos con unos amigos. Y tenía puesto mi vestido amarillo y la playa era hermosa, era la playa más hermosa, porque no había nadie cuando no debía haber y se llenaba en el momento preciso de querer compartir ese momento; yo rogaba por alguien que me desconociera, que atravesará mi opción y me haga reina. Deseaba la perfección en ese lugar tan alejado y cercano donde siempre pensás que te podes quedar ahí un rato más. Mientras yo deseaba y caminaba y tenía un vestido amarillo y los ojos claros, mientras eso pasaba alguien se me acercó, me abrazó y me dijo que estaba buscando sentirse así: hermoso con alguien.

Destino

El destino es hipócrita y testarudo, incierto (más de lo que le gustaría), atosigarlo con una rivalidad de omnipresente es tan estúpido como creer en él. Dejarse llevar, única alternativa de lo ya escrito, de la letra ya dictada, con el saber estrujoso de que nada es tan irrevocable como quisiéramos que este dictaminado. Afuera fluye, adentro también.
Lo que se escapa, lo que se vuelve añicos, lo que cae fuera de ese amasijo de pensamientos que son los recuerdos: no hay porque preocuparse, no entrarán en las memorias. Si uno sólo transitaría, evitando el recuento, siendo sin importar la suma que resta. De que nos preocupamos si nadie nos adorará posmorten, ni guardarán nuestros sucios papeles en vitrinas. Si no esperamos el reconocimiento rechoncho de la historia, ni la fama efímera del arte. Si podemos dormir tranquilos que nada se convertirá en irremediable.

jueves, 21 de agosto de 2008

noche

entramos, saludamos, nos atracamos de picada vegetariana, nos sentamos, tomamos mucho vino (pero mucho), comimos ñoquis, tomamos más vino, fumamos; nos estallamos de risa, varias veces pero sobretodo cuando alguien confesó que de chico le tenía miedo a la propaganda de "Resero blanco sanjuaniiiino"; como eramos parejas a veces pasaban besos, mimos, abrazos; seguimos toda la noche, hubo relatos de anécdotas pero nuevas no de las que se cuentan siempre, al final se hizo tarde y estabamos lejos así que nos quedamos a dormir en el cuarto de huspedes. Buenas noches.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Receptores

Cuando me volví a quedar sola, pensé que no lo podría soportar. Porque me eran inevitables esos largos soliloquios en el que una de las dos voces tomaba tanta fuerza en argumentar el pesimismo, que me iba asfixiando de desesperanza. Mucho tiempo después encontré diferentes maneras de callar a la pesimista, una de ellas era aturdirla con un cóctel de música alegre, televisión estúpida y pastillas. Creo que cuando finalmente se calló, la segunda voz ya tampoco hablaba y mis otros pensamientos se aparecían débiles como parte de un sistema que no los necesitaba para funcionar. Ahí fui feliz.

viernes, 15 de agosto de 2008

Desmayos

Esta mañana me desmayé y pasé sin mediar a otro espacio. Por un segundo, cuando volví en mí, no tuve la menor idea de dónde estaba. No habrá sido más que un instante, hasta que reconocí la situación y a B. llamándome por mi nombre con cara de susto. Ese instante fue muy largo, tuvo la longitud de lo intenso. La certidumbre fue de estar pérdida o sorprendida o en el lugar inadecuado. Lugar demasiado conocido. La fuerza de lo sentido en el momento de la inconciencia dio lugar de inverisimil a lo que aparecía si despertaba, si había reacción. Si alguien me hubiese dicho que ya me perdí otras muchas veces, hubiese sido la mayor certeza. No había espacio a la incredulidad. De la confusión vino la seguridad de haberme sentido demasiadas veces desconocida, de haber estado perdida y sorprendida en muchos momentos. Como si el desconocimiento fuese un lugar inevitable.

viernes, 8 de agosto de 2008

Duo

Tranquila, lo que no se sostiene se derrumba. Así que sin vacilar quede petrificada en donde había caído. Por algunas razones (ingratas y no) se aparecieron algunos viejos nombres. Pero los deje pasar con calma, porque para qué volver siempre a lo mismo cuando uno apenas puede moverse. Entonces apareció, riéndose de nuestro espejo. Me dejé diluir. Experiementé una a una sus invitaciones y todas fueron de embriaguez. Tan borracha estuve que no podía distinguir entre lo que existía en mí y lo que había en él. Todo se confundía, se ligaba. De alguna manera me fui derritiendo, gozando la pérdida de mi nombre. Así que me rebauticé, me puse el nombre que desee. Salí a comprar nuevos vestidos, que no tengan espalda y que sean blancos, como Marilyn, así pensé. Era yo nacida desde él. Fue lo más hermoso que me pasó. Después cuando el tiempo fue exigiendo más, me quedé contenta y callada hasta que pude. Desvaríe algunas veces, esos desvaríos generaron otros más. Así transité el límite y cuando lo pasé: exploté. Dicen que ya no se vuelve, pero lo peor es que no es espantoso. Ahora ya está él siendo yo y así me gusta más. Displacientes y completos estábamos, saciados. Donde había dos eramos uno y no nos importaba; la intensidad de la mezcla se fue convirtiendo en gusto fuerte, como un trago de bebida blanca. Tampoco nos importó porque el lenguaje era sólo nuestro y ya no había horror. Entonces los pensamientos quedaban expuestos desbarajando los misterios, sin acusaciones, en un disparate fenomenal del que no nos reíamos, al contrario lo tomábamos en serio. Y así fue, atrevidos nomás, arrancándonos lo que nos separaba, un torbellino de ineficacias nos encontró y eso, de todo, fue lo que más nos gustó.

lunes, 4 de agosto de 2008

Creo

Creo en lo inhabitado, en lo intangible.
En aquello que transversalmente nos atraviesa y nos convierte;
nos muta en lo que somos,
en lo que seremos cuando fuimos,
cuando estamos siendo,
cuando sagazmente dejamos de pasar, de creer.
Creo en lo inválido de lo que está.
Creo en el jamás.
No quiero certezas,
me gusta descreer con la impaciencia de la transformación.
Creo en la infinitud del paisaje impalpable.
En lo inabarcable del transcurrir.
En las posibilidades estallando a mis espaldas, rasguñándome la piel.
Creo en acechar al destino como una excusa
y perpetuar en la satisfacción de lo inalcanzable,
aturdiendo al porvenir cuando damos vuelta la esquina.
Creo en desconfiar de tus ojos si me miran sólo pasando
y creo cuando me miran ilimitadamente estática,
inmensamente detenida.