viernes, 8 de agosto de 2008

Duo

Tranquila, lo que no se sostiene se derrumba. Así que sin vacilar quede petrificada en donde había caído. Por algunas razones (ingratas y no) se aparecieron algunos viejos nombres. Pero los deje pasar con calma, porque para qué volver siempre a lo mismo cuando uno apenas puede moverse. Entonces apareció, riéndose de nuestro espejo. Me dejé diluir. Experiementé una a una sus invitaciones y todas fueron de embriaguez. Tan borracha estuve que no podía distinguir entre lo que existía en mí y lo que había en él. Todo se confundía, se ligaba. De alguna manera me fui derritiendo, gozando la pérdida de mi nombre. Así que me rebauticé, me puse el nombre que desee. Salí a comprar nuevos vestidos, que no tengan espalda y que sean blancos, como Marilyn, así pensé. Era yo nacida desde él. Fue lo más hermoso que me pasó. Después cuando el tiempo fue exigiendo más, me quedé contenta y callada hasta que pude. Desvaríe algunas veces, esos desvaríos generaron otros más. Así transité el límite y cuando lo pasé: exploté. Dicen que ya no se vuelve, pero lo peor es que no es espantoso. Ahora ya está él siendo yo y así me gusta más. Displacientes y completos estábamos, saciados. Donde había dos eramos uno y no nos importaba; la intensidad de la mezcla se fue convirtiendo en gusto fuerte, como un trago de bebida blanca. Tampoco nos importó porque el lenguaje era sólo nuestro y ya no había horror. Entonces los pensamientos quedaban expuestos desbarajando los misterios, sin acusaciones, en un disparate fenomenal del que no nos reíamos, al contrario lo tomábamos en serio. Y así fue, atrevidos nomás, arrancándonos lo que nos separaba, un torbellino de ineficacias nos encontró y eso, de todo, fue lo que más nos gustó.