sábado, 30 de agosto de 2008

Destino

El destino es hipócrita y testarudo, incierto (más de lo que le gustaría), atosigarlo con una rivalidad de omnipresente es tan estúpido como creer en él. Dejarse llevar, única alternativa de lo ya escrito, de la letra ya dictada, con el saber estrujoso de que nada es tan irrevocable como quisiéramos que este dictaminado. Afuera fluye, adentro también.
Lo que se escapa, lo que se vuelve añicos, lo que cae fuera de ese amasijo de pensamientos que son los recuerdos: no hay porque preocuparse, no entrarán en las memorias. Si uno sólo transitaría, evitando el recuento, siendo sin importar la suma que resta. De que nos preocupamos si nadie nos adorará posmorten, ni guardarán nuestros sucios papeles en vitrinas. Si no esperamos el reconocimiento rechoncho de la historia, ni la fama efímera del arte. Si podemos dormir tranquilos que nada se convertirá en irremediable.

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